lunes, 30 de marzo de 2009

SARDINAS ENLATADAS


Desde que tengo uso de razón siempre me ha gustado jugar. Y no me refiero a esos juegos a los cuales los niños de hoy están acostumbrados. Esos en los que te sientas delante de una máquina a engordar, sin más esfuerzo que mover tus dedos lo más rápido que se pueda. No. Tampoco a esos que se dan por medio game boys, internet, nintendo wii, o cualquiera de esas nuevas teconologías a las que es difícil acostumbrarse, agarrarles cariño, pues en cuanto lo haces viene una nueva con mil nuevos botonos para presionar. Los juegos que me gustan son en realidad aquellos en los que se desarrolla tu inteligencia, tu creatividad, tu talento, tu amor por la vida, tu empuje, aquellos con los que te puedes reir de ti mismo sin reservas.
No solo me gusta jugar. Además de ello creo tener un talento especial para lograr que la gente que está a mi alrededor también juegue, regrese a los años de la infancia y saque lo mejor de sí. Lo he hecho desde siempre. Cuando era un colegial, cuando me divertía con "los entrañables"( en alguna oportunidad hablaré de ellos), cuando estuve en la universidad, con amigos de aquí y allá.
Hace poco, con motivo de la partida de la nona decidimos irnos a pasar una temporada a la playa. Creo que era necesario por muchas razones. Uno de los fines de semana en los que estuvimos todos reunidos, mi niño interior, el cual tenía escondido desde hacía algún tiempo volvió a asomar más travieso que nunca.

-¿ Y si jugamos algo?
-Algo como qué?- pregunta el más receloso.( Siempre los hay, pero después son los más felices)
- Sardinas Enlatadas

El solo nombre es de por sí extraño por decir lo menos. Juzgue usted, estimado lector seguidor de este intento de blog, si el siguiente juego es o no para destenillarse de risa. Consiste en las típicas escondidillas, con la pequeña característica de que son el revés. Quien haya tenido infancia recordará que las escondidas tratan precisamente de ello: ocultarse mientras uno de los participantes busca por todos los lugares en los que puede caber un cuerpo humano, a sus compañeritos.
Las "sardinas..." son exactamente lo contrario: solo uno se esconde mientras todo el grupo se pone a buscarlo. Cuando alguien lo encuentra, no lo delata, cual niño acuseto de primer grado; antes bien, se esconde con él, como el cómplice que todos deseamos tener cuando hacemos una diablura, como el compinche más fiel del delito más infame que hayamos hecho, y así sucesivamente hasta que queda solo uno (generalmente el más lorna) desesperado tratando de encontrarlos a todos, escondidos en un mismo lugar.
Debo decirlo honestamente. La experiencia fue fascinante. Todos jugaron, y cuando digo todos es todos: grandes, chicos, altos, bajos, niños, jóvenes. adultos y ...ya entienden. Despues de un rato todos reían a carcajadas, saltaban encima de las camas, se escondían en un armario, subían y bajaban las escaleras. La pena se escondía, pues, avergonzada, derrotada, lacerada por la hilaridad incontenible. Habían regresado por unos momentos a sus más felices recuerdos, a sus más plenos instantes de infancia, cuando no había problemas, ni urgencias, ni apuros, ni obligaciones, ni poses; a los momentos en los que se caen las máscaras para mostrarse tal como uno es.
Tal vez por eso me gusta tanto el teatro, porque te permite entrar en la dinámica más simple del universo: jugar. Siempre deseo permanecer así, jugando, dando rienda suelta a mi niño interior más inquieto. No quiero dejarme nunca acartonar por la rutina de la vida diaria, ni por el trabajo, ni por nada. Realmente no entiendo a aquellos a los que no les gusta jugar, cuando saber jugar es saber vivir, es entrar al ejercicio más elemental: dar y recibir. Dar mucho y recibir con las manos abiertas...como un niño, como el más feliz de todos los niños cuando abre su gran regalo en Navidad.
Quiero permanecer así. Es mi derecho. No deseo ser adulto nunca, nunca volverme serio, adusto, sin brillo, demasiado lleno de mí mismo. Quiero ser eternamente niño y tocar las puertas de los niños escondidos en sus casas. Quiero invitarlos a jugar, a brincar, a reír...solo será cuestión de ponerse a jugar...el resto vendrá por sí solo.

sábado, 28 de marzo de 2009

Volver...


Siempre he escuchado de mucha gente que recuperar credibilidad es casi imposible, que la confanza se gana generalmente con mucho esfuerzo y es resultado de no pocas pruebas; asimismo puede perderse en un minuto, en un segundo, casi como un suspiro, como un rayo, como un gemido, como cerrar y abrir los ojos.

Este breve post lo que busca es precisamente, recuperarme, salvarme del hoyo, renacer como el ave fénix, aunque esto suene trillado. Ocurre que hace ya varios días - y aquí varios tiene una connotación poderosa- que no escribo. No es que no haya nada por contar. Ocurre exactamente lo contrario. Son muchas, demasiadas diría yo. Tantas que se me fue la inspiración, y cuando me sentaba a escribir sobre algo sencillamente no salía nada. Puro vacío.
Hoy me pasa exactamente eso. El pánico de la hoja en blanco, diría García Márquez; en este caso creo que es el pánico del monitor en blanco. Sin embargo, sobreponiéndome a la soledad en la que me han dejado las musas- esas antojadizas que vienen cuando uno no las llama, y al ser requeridas ni contestan el telefono- he decidido escribir sobre ello. No tengo ideas, no viene nada, nada, conjunto vacío, puntos suspensivos, foquito apagado, manan, none, sin ton ni son... en fin, creo que ya captan la idea ... aunque haya mucho por contar.

Este post intenta hacer señales de humo para que las benditas musas regresen y me llenen de luz, de ánimo, de fuerza, de empuje, de creatividad.

Este post es para mandarles un e-mail a las inspiradores para que posen sus manos sobre mí.

Este post es solo para eso... solo para volver.

miércoles, 4 de marzo de 2009

NONA


Es dificil volver a escribir despues de varios días, en especial si esos "días" han sido particularmente complicados o singularmente dolorosos. Es mi caso. Hace varias lunas que deseo escribir sobre lo que siento, sobre lo que hay en mi mente, sobre lo que pienso, sobre aquello en lo que me he convertido en los últimos días, sobre aquello en lo que los últimos acontecimientos me han convertido.

Aún hoy, en este mismo momento se me hace difícil explicar en palabras lo que hay dentro de mí. No sé para quien lo escribo; si para ti, que lees en tu cómoda oficina, o desde tu casa a través de tu laptop, o de repente para mí mismo; para sanar una herida, para cerrar una puerta, para secar una lágrima...

Luego de la dolorosa y repentina partida de la "mamita"(la llamaré así porque todos la conocían con ese nombre) estuvimos revisando entre sus cosas, y entre ropas antiguas, fotos en blanco y negro, viejos artículos cuyo uso será siempre un misterio, encontramos una carta. El remitente: yo mismo. La destinataria: mi abuela. No quise leerla. Apenas pude leer la primera línea. Mamita linda. No podía. No era el momento. Los ojos se me ponían como dos cristales a punto de reventar. No quería. Me empeñé en llevármela a mi dormitorio. Comenté que la destruiría, que la quemaría sin leer. No me imaginaba qué le podía haber escrito, pero pensaba que lo dicho, lo escrito está hecho de una vez y para siempre, que sería doloroso volver sobre mis pasos, y el dolor me da miedo. Me equivoqué. No pude con la curiosidad, con el deseo de querer decirle algo más ,algo que yo mismo no entendía. Es curioso porque la carita ya avejentada por el paso de algunos años me sobrepasó. me sobrecogió poderosamente y causó en mí un gran impacto por muchas razones. Primero, porque a pesar de la sencillez con la que fue escrita y del sabor infantil que dejar sentir fue redactada a mis 16 años, aprox. Segundo, porque me conmovió el cuidado con el que mi abuela la tuvo en custodia; y tercero, porque redescubrí algo que mi querida nona se encargó de repertirme toda la vida: que, con el perdón de mi hermana y de todos mis primos, fui, soy y por todas las vidas que vengan por delante siempre seré, su nieto preferido.

Esa noche, en la soledad de mi habitación lloré. Lloré con mucha intensidad, lloré porque me habían quitado algo que quería tener para siempre, lloré porque porque con todo el dolor propio de una situación como esta, sabía que estaba cerrando un círculo.

Esa noche me quedé sin lagrimas y me alegra que así haya sido, porque al fin y al cabo...


sabía que el dolor ya se había ido a otra parte...


Sentado sobre mi cama, ya sin lágrimas, releí la carta una vez más, intentando descubrirme en ella, sintiendo una absoluta paz.



Mamita linda:

Espero primero que todo que puedas terminar de leer la carta sin llorar...