domingo, 22 de febrero de 2009

Solo te diría...

Si pudiendo llorar
te pudiera alcanzar
lloraría hasta derramar el mar
Si atravesando el desierto
Te pudiera encontrar
comenzaría ya a caminar.
Si buscando en la gente,
en cada rostro, en cada voz
en esa mano que te ofrecen,
en ese abrazo que te estrecha,
te pudiera tener nuevamente
por un minuto, por un instante,
por un fragmento de segundo
Solo te diría...
Me haces tanta falta, tanta falta...

LUIS URETA

viernes, 13 de febrero de 2009

Yo te miro, tú me miras


Yo te miro, tú me miras,


sin dolores ni pesares,


sin proyectos ni horizontes,


sin pasado ni futuro


yo te miro, tú me miras




Yo te miro,


plenitud y profundidad


armonía y comprensión


sin palabras ni susurros


yo te miro...




Tú me miras


sin esfuerzos ni complejos


sin prejuicios ni maldades


a corazón abierto


tú me miras...




Sin tiempo ni espacio


sin mentira o reproche


sin temor ni ansiedad


porque todo está dicho,


porque nunca es bastante


yo te miro, tú me miras.


viernes, 6 de febrero de 2009

El día que yo muera...


Es curiosa la idea que de la muerte tenemos los seres humanos. Cuando algun familiar o amigo parte, la costumbre es vestirnos de negro. Lo hacemos así debido a que por una cuestión cultural entendemos a aquel color como símbolo de tristeza, dolor, pesar... es el llamado "color serio"

No solo eso. La gente suele llorar a mares durante días enteros por la pérdida de aquel entrañable que marcó nuestras vida haciéndola mejor. Es más, antiguamente se contrataba plañideras para que lloraran durante el sepelio las horas por las que fueron empleadas.


Ayer caminaba por las calles de una concurrida avenida y pasé junto a una parroquia en la cual se

"celebraba" una misa de difuntos. El escenario era lamentable, y lo digo honestamente...lamentable. Todos se abrazaban apesadumbrados, desconsolados, llenos de dolor. Por ello coloco entre comillas "celebraba". Eso era cualquier cosa, menos una celebración.

No. No quiero que se me malentienda. No estoy en contra del dolor de la gente. Creo que su dolor es genuino, pero nos deja a todos una gran lección. Y es que una de las razones por las que no sabemos afrontar la muerte, es que tampoco afrontamos la vida. No vivimos en plenitud, en gozo, en alegría. Pasamos de largo sin trascender, sin ir más allá. Por eso la muerte nos pesa tanto.

El día que yo ya no esté aquí no quiero que se me recuerde de esa manera. Quiero estar vivo por siempre. Vivo en la mente. Vivo con mayúsculas. Siempre vivo porque he dejado huella, porque he vivido intensamente, apasionadamente, entregándome generosamente a todo cuanto emprendí, sin medias tintas, sin vacilaciones, con las manos abiertas...


El día que yo me muera quiero que todos vengan vestidos de colores. Con pancartas, silbatos y gorritos. Quiero que la iglesia esté decorada con globos y flores amarillas; las mismas que usamos para recibir el año nuevo. Quiero que una gran banda toque sin cesar canciones de júbilo, de felicidad. No deseo esa canciones que suelen poner para ponerse a llorar. No. Quiero que se vendan algodones y manzanas acarameladas en la puerta, que se coma torta y se hagan juegos. Todos deberan estar con las caras pintadas, como niños. Quiero una feria, con intercambios de regalo y dulces para todos. En el templo quiero mil mariposas de todos los tamaños y colores volando por todas partes, y al salir fuego articiales, y...y piñata y, ...y serpentinas y, .... y todo. No deseo una sola lágrima. Si estas se asoman a los ojos, que sean las de la felicidad porque habré partido feliz, con la seguridad de que viví pleno, que gané el partido, que aproveché el regalo... con la seguridad de que soy inmortal.

jueves, 5 de febrero de 2009

Amor a primera vista


Pocas veces me he enamorado. ¿La razón? Seguramente se debe a que me gustan los amores fuertes, apasionados, intensos, y no los encuentros triviales y pasajeros, aquellos que no tienen nada para dar, aquellos que tienen las manos cerradas, aquellos que la gente suele ofrecer. Con todo, he conocido el amor a primera vista. Sí, existe, y puede ser muy intenso, te puede dejar cosquillas en el estómago, te puede generar una sensación de vértigo y puede volver tu vida plena, total, completa, feliz.

Yo lo conocí a los diecinueve años. Fue una noche de sábado. Centro de Lima. Yo iba vestido un poco más elegante de lo que suele vestir un hombre a esa edad. De pronto lo vi. Entre en él y él entró en mí. Cómodamente sentado en mi butaca presenciaba algo fuera de este mundo, fuera de este tiempo. En escena, Otelo de Shakespeare; el lugar, Teatro Municipal luego del incendio. Era la primera que iba al teatro (es verdad, lo tengo que reconocer), y agradezco que haya sido así, porque ese día me enamore de él, me enamoré perdidamente de sus personajes, de su vestuario, de sus diálogos soberbios.

Hace algunos años ya de eso. Desde entonces he ido muchas veces a verlo. Nos hemos sentado a conversar, he bebido en su compañía, hemos estado desnudos uno frente a otro, sin máscaras. Lo he visto vestido de muchos colores, a veces me ha dejado pensando, a veces me ha hecho reír hasta dolerme la mandíbula; otras he llorado con él, pero nunca me he ido con las manos vacías. Por eso lo amo, lo amo con toda la fuerza de mi vida. Lo amo porque me ha dado mis mejores respuestas. Lo amo porque me ha consolado como nadie lo ha hecho. Lo amo porque ha hecho mi vida algo mejor, algo digno de vivirse y de contarse.

Hay pocas veces en la vida en las que nos enfrentamos a algo que nos cambia para siempre. Esa noche cambié totalmente. Al salir del teatro era otro, había sanado, había crecido, había sido feliz. Esa noche me enamoré a primera vista. Había encontrado mi camino. Mi ruta. La mía, no la de los demás. Era mi horizonte, y agradecí al cielo desde el fondo de mi corazón por ello. Encontré tan joven algo que mucha gente nunca encuentra; y pensando hacia dentro, mientras regresaba a casa, me dije convencido...


"esto es lo que quiero hacer toda mi vida".

miércoles, 4 de febrero de 2009

Alianza Corazón!!!




Nunca he sido muy fanático del fútbol. De hecho, creo que no lo juego bien. Siempre lo he sabido. Tal vez la posición que más me gusta es la del arquero., quizás porque este es una figura especial dentro de un campo de juego, una figura solitaria; es el héroe o el villano, pero nunca pasa inadvertido, para bien o para mal. Con todo, fui heredero de un tradición aliancista familiar. No me pesa. Creo que el club de La Victoria encierra algo más profundo que jugar al futbol; creo que su juego característico es una forma de afrontar la vida, con alegría, con sabor. Hubo una etapa en mi vida en la sufría con las derrotas del club de mis amores y gozaba con cada gol, aquel tiempo quedo atrás. De hace mucho no estoy muy al tanto de lo que le ocurre; es más, hace poco me enteré de que peligraba su permanecia en primera división.


Hace algunos días conversaba con mamá y recordábamos las viejas Navidades.


-Alguna vez llegó una Navidad sin que tuvieras nada que darnos?- le pregunté-, ella me respondió afirmativamente.


Me contó que hubo una en la que, siendo las nueve de la noche, no había un solo regalo de parte de ella para mi hermana o para mí. De pronto, una insperada y feliz visita vino con un pan bajo el brazo, y ella, mi mama, sacrificando un dinero destinado a otros puertos, corrió lo más de prisa que pudo al mercado y compró un balón de fútbol y una camiseta de Alianza Lima. Es gracioso, porque a pesar de todas las Navidades que he pasado recuerdo con especial cariño aquella. Recuerdo la emoción dentro de mí al ver la camiseta blanquiazul. Aun hoy la conservo. La pelota, por su parte, fue testigo de innumerables goles en la pista de mi barrio, claro, no en mi arco, sino en el contrario.


Es gracioso, porque aquella conversación con mama hizo despertar en mi sentimientos de profunda ternura y de absoluto y rendida veneracion al mejor club del mundo. Hoy soy más hincha que nunca de mi ALIANZA LIMA querido... hoy quiero más a mi mamá.